miércoles, 14 de diciembre de 2011

Escape

¿Alguna vez os ha ocurrido que no tenéis ánimos para leer ningún libro?

Llevo casi dos semanas desde que me terminé el último, El asombroso viaje de Pomponio Flato, y no me ha dado por coger ningún otro. Es como si me hubiese saturado de libros en lo que llevo de año y necesitara hacer un descanso, alejarme de toda palabra escrita que ocupe más de 200 páginas.

Me resulta curioso, cuando no preocupante, puesto que tengo una lista de libros pendientes que me acucia día tras día. Pero cuando me acerco de nuevo a las estanterías cuajadas de libros que hay en mi casa, instintivamente se me va la mano detrás de algunos que ya he leído hace relativamente poco, dos años a lo sumo. Entonces me digo que para volverlos a abrir, prefiero no leer y así escucho música.

 
De modo que me encuentro a mí misma haciendo algo insólito para lo que acostumbro: aislarme acústicamente en el metro con los cascos puestos (entended que no me guste emplear el móvil como equipo de música para que lo escuche todo el vagón, como he tenido ocasión de comprobar con cierta gente que pulula por el suburbano -ejem, chonis-)

Y estará mal que lo diga, pero consigue distraerme más que leer, al menos estas últimas semanas. Para mí, la música es un simple instrumento por el que me valgo para obtener algo, en este caso evasión; lo que en otros ambientes llamarían droga sin andarse tanto por las ramas, que para el caso es lo mismo.

No sé si se me pasará pronto esta etapa. Puede que el día menos pensado me dé por escoger un libro y volver a la rutina. Quién sabe.

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