martes, 4 de octubre de 2011

Recuerde el alma dormida

Tengo un problema. Empieza a mosquearme seriamente que a nadie le pase lo mismo que a mí cuando veo o leo algo que me agrada, esto es, que me sube un cosquilleo (ciertamente placentero) por toda la espina dorsal. Eso me pasa.

¿Tan raro es que se te pongan los pelos de punta, la piel de gallina? Hasta ahora en mi encuesta no científica el 100% afirma que esta reacción se desencadena al escuchar los acordes de algunas de sus canciones preferidas.

Y ya. Pare usted de contar, porque el resto de opciones que me planteaban se circunscribían al plano "senso-erótico" (ya sabéis, que si caricias y arrumacos) cuando yo lo que buscaba era precisamente lo contrario, que dicha sensación fuera psicosomática, es decir, sin necesidad de contacto humano. Protagonismo absoluto para todo lo captado por los otros 4 sentidos.

Y claro, a la conclusión de que se puede obtener a través de la música ya había llegado yo. Lo que empieza a ser extraño es que también lo experimente leyendo determinadas poesías. Y me pasa en concreto con un poema que fomenta el metro, gracias a mi no disposición de vehículo propio.

L@s que viváis en Madrid y utilicéis el suburbano la habréis visto pulular por allí, junto con el resto de extractos literarios que pegan en los vagones para distracción de aquellos que nos hayamos olvidado el libro o la música en casa. El poema en cuestión es "Coplas a/por la muerte de su padre" de Jorge Manrique, que nunca sé a ciencia cierta cuál es la preposición admitida.


Es leer los primeros versos de esta obra maestra del siglo XV español y empezar a recorrerme un suave escalofrío por la cabeza. Evidentemente no me ocurre con todas las coplas (estrofas), pero sí con algunas determinadas, y preferiblemente en castellano antiguo. A mí las versiones descafeinadas no me suelen gustar:

I

Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquier tiempo passado
fue mejor.
II
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
por passado.
Non se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
por tal manera.
III
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
qu'es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
e los ricos.



Fijaos cómo pudo calar tanto esta obra en el discurrir de los siglos. Una pieza imperecedera con la que podríamos tirarnos el pisto con los colegas, extrayendo alguna frase apropiada para la coyuntura actual, y es que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Pero bueno, a lo que íbamos. Decidme, por favor, que no soy la única que, aparte de aborrecer a Madame Bovary, también siente cosquilleo cuando lee poesía.

2 comentarios:

  1. Hola
    En mis cursos de "hablar en público" propongo a los alumnos que, puestos en pie, reciten un poema. Suelo utilizar estos dos: "Admiróse un portugués..." y las primeras estrofas coplas de Manrique. Cuando lo recito yo, como ejemplo, no lo había pensado pero... sí, un cosquilleo.
    Si lo del metro y el vehículo es un juego de palabras voluntario, genial.
    Saludos
    Juan Ignacio

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  2. El poema de "Saber sin estudiar" también está entre mis favoritos desde mi más "tierna infancia". La verdad es que Moratín también sabía cómo arrancarnos un cosquilleo.

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